Notas

18.4.10

Había que salvar el boliche

Cuesta verte con el otro, cuesta escucharlo por sobre la música. Decís lo que dice la letra de la canción, o coreás el estribillo, y buscás los ojos de quienes te rodean, que son muchos que hacen lo mismo.

¿Por qué los encuentros de muchas personas deben transcurrir bajo tanto barullo donde no podés dialogar tranquilo? ¿Será que el primer paso es discernir, de todo el lío de la "marea humana" (célebre frase del sefuetintero Franco), aquellas situaciones que después podrías continuar en algún lugar más calmo? Muy parecido a la vida diaria, ¿no? La que transcurre en el día y que nos mueve a esperar los viernes y sábados para probar "otra cosa", un despeje mental.
Estar ahí, chequear el ambiente, sacar a las personas con las cuales superar el desconocimiento y olvidar volver a la muchedumbre, al menos en la oscuridad ruidosa. Creo que todo inmueble debería tener acceso al aire de afuera para poder hinchar el pecho y regresar al local. Y cuando amanece y la luz te hinca los ojos, notar que tu voz se ha apagado a pesar de no haber dicho cosas muy comprometedoras, que el día te reclama encima que lo pienses un poco. Como hoy -recuperado de cierta resaca e intentando sobreponerme a otro ataque a mis vejados tobillos-, a pensar en esta modernidad bolichera.

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