Roberto Tálice, en “Cien mil ejemplares por hora: memorias de un redactor de Crítica, el diario de Botana”, también da cuenta de otro episodio relacionado con la disciplina. Había rangos dentro de la redacción. Jorge Luis Borges y Roberto Arlt, por ejemplo, sólo debían cumplir con su trabajo, no importaba cuánto tiempo le dedicaran. Pero la redacción llana no tenía tanta libertad. Sin embargo, y como las sobremesas terminaban a la madrugada, era normal que entraran tarde al edificio. Un día se encontraron con dos novedades: un reloj grande en la pared y, debajo de él, un “inglesito" que controlaba las fichas. El guardián duró poco: le hicieron la vida imposible.
Notas
27.2.10
Plusvalía crítica
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